Archivado en abril, 2012

Einstein: ciencia y conciencia

«Sencillamente, a mí me produce más alegría dar que recibir en todos los aspectos; no concedo demasiada importancia a mi persona ni a lo que hace la muchedumbre; no me avergüenzo de mis debilidades ni de mis vicios; y por naturaleza acepto las cosas con humor y con calma. Hay muchos como yo, y no acierto a comprender en absoluto por qué han hecho de mí una especie de ídolo. Resulta tan incomprensible como el que un alud, a causa de un copo, se desprenda y tome un determinado camino” (Einstein).

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Si alguna vez tenemos la dicha de conocer la perfección en cualquiera de sus formas, nosotros, que imperfectos nos movemos dentro de la imperfección, conservaremos para siempre esta huella impregnada en nuestro ser. Jamás podremos olvidar que este estado existe y que puede alcanzarse. Esto ha de sucederle a todo aquel que haya conocido a Einstein.

¿ACASO SOY YO EL LOCO O ESTÁN COMO CHOTAS LOS DEMÁS?

Quizá no debiéramos utilizar palabras tan grandilocuentes al hablar de él, y no deja de ser bueno que no pueda leer sus necrologías. A menudo me reía con él sobre su celebridad, que tenía las más insospechadas consecuencias. Antes de seguir adelante desearía copiar el único poema suyo que conozco, escrito al pie de una fotografía que una señora se había comprado por su cumpleaños, enviándosela a Albert para que le escribiera una dedicatoria:

Einstein tocando el violín.«Adonde quiera que vaya y donde quiera que esté/ siempre veo un retrato mío./ Sobre el escritorio, en la pared,/ colgado del cuello con una cinta negra./ Hombres, mujeres, cosa extraña,/ solicitan un autógrafo./ Todos desean un garabato/ del joven sabio./ A veces pienso en mi suerte,/ en momentos de lucidez:/ ¿Acaso eres tú el loco,/ o están como chotas los demás?/»

Nunca olvidaré la primera visita que nos hizo Einstein. Debió de ser a principios de 1.916, en Berlín, cuando llegó a nuestra casa con su violín para tocar en compañía de mi marido. Irradiaba un cálido afecto cuando me dio la mano y me dijo: “He oído que acaba de tener un hijo, ¿no es así?”. Y a continuación dejó su violín, se quitó sus “rollitos” -los puños postizos de hombre ahorrativo- y los lanzó a un rincón. Luego interpretaron a Haydn, por quien entonces sentía especial predilección. (más…)

Una revolución pendiente

«Pagamos el sueldo de los funcionarios para que nos sirvan, no para que nos manden; para facilitar nuestro trabajo, no para entorpecerlo; para agilizar los trámites necesarios y suprimir los innecesarios, no para desesperarnos en el laberinto kafkiano de su burocracia; para velar porque se nos haga justicia, no para atropellar nuestro derechos. ¿Son conscientes del daño que hacen a las personas cuyas gestiones se eternizan? ¿Se dan cuenta de que no tratan con papeles, sino con personas? Y si un funcionario honesto y eficiente, que no quiere lavarse las manos, me dijera, en un atisbo de conciencia moral, «pero ¿qué debo hacer yo?», le contestaría lo mismo que H. D. Thoreau decía a los funcionarios del gobierno que decidió desobedecer: «Si en verdad deseas colaborar, renuncia a tu cargo». Y añadió: «Cuando el súbdito niegue su lealtad y el funcionario sus oficios, la revolución se habrá conseguido».«

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Ayer, un piloto me decía por teléfono que recordaba una frase, tal vez de Cánovas, en la que decía que la revolución pendiente en la Administración española consistía en derribar las paredes de los despachos para que los papeles pasaran de mano en mano con fluidez. Desde la primera república, esa revolución sigue pendiente. Y unas cuantas más.

Pero no me incumbe a mí, como particular, sino al gobierno y a los altos funcionarios de los ministerios, purgar la administración de inútiles y parásitos, y hacer que los empleados útiles funcionen con eficacia, rapidez y lealtad hacia los ciudadanos. Un jefe de sección o de área, o un subdirector general, es responsable de la calidad del servicio que prestan sus subordinados, así como un Director General o un/a ministro/a lo son de los suyos; sólo que a cargo más alto, mayor responsabilidad.

¿Y cómo sabemos que un servicio de la Administración es de calidad? Cuando los clientes, o sea: los ciudadanos, digan que es de calidad. Y ¿cómo sabemos quiénes son los responsables de un desaguisado administrativo como el que vengo denunciando? Me temo que serán los tribunales quienes deberán dirimirlo en cualquier caso. Pero, ¡qué digo! ¿Funcionarios juzgando a funcionarios? Utópico.

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Spinoza, un revolucionario espiritual

“Spinoza prescribió un estado democrático ideal, cuyos sellos distintivos eran la libertad de expresión, la separación de la Iglesia y el Estado, y un contrato social generoso que promoviera el bienestar de los ciudadanos y la armonía del gobierno. Ofreció esta receta más de un siglo antes de la Declaración de Independencia y de la Primera Enmienda (de Estados Unidos). El que Spinoza anticipara asimismo, como parte de sus esfuerzos revolucionarios, algunos aspectos de la biología moderna es de lo más intrigante. Una persona a la vez valiente y cauta, inflexible y complaciente, arrogante y modesta, despreocupada y amable, admirable y fastidiosa, cercana a lo observable y lo concreto y, sin embargo, descaradamente espiritual”.

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Spinoza es relevante para la neurofisiología a pesar del hecho de que sus reflexiones sobre la mente humana surgieran de una preocupación a mayor escala por la condición de los seres humanos. Su preocupación última era la relación de éstos con la naturaleza.

Intentó esclarecer dicha relación con el fin de proponer medios realistas para la salvación humana. Algunos de dichos medios eran personales, y se hallaban bajo el control único del individuo, y otros se basaban en la ayuda que determinadas formas de organización social y política proporcionaban al individuo. Su pensamiento desciende del de Aristóteles, pero el fundamento biológico es más firme, lo cual no es ninguna sorpresa.

La lección de anatomia del doctor Nicolaes Tulp. Rembrandt, 1632Parece que Spinoza entresacó una relación entre la felicidad personal y colectiva, por una lado, y la salvación humana y la estructura del Estado, por otro, mucho antes que lo hiciera John Stuart Mill. Al menos, en lo que se refiere a las consecuencias sociales de su pensamiento parece haber un reconocimiento considerable.

Spinoza prescribió un estado democrático ideal, cuyos sellos distintivos eran la libertad de expresión (”que cada hombre piense lo que quiera y diga lo que piensa”, escribió), la separación de la Iglesia y el Estado, y un contrato social generoso que promoviera el bienestar de los ciudadanos y la armonía del gobierno. Ofreció esta receta más de un siglo antes de la Declaración de Independencia y de la Primera Enmienda (de Estados Unidos). El que Spinoza anticipara asimismo, como parte de sus esfuerzos revolucionarios, algunos aspectos de la biología moderna es de lo más intrigante. (más…)

Sabiduría y medicina

«No están faltos de razón los que proponen que la sabiduría es útil para muchas cosas; naturalmente esa sabiduría que sirve para la vida. Digo esto porque la mayoría de las ciencias parecen haberse engendrado como pasatiempo; me refiero a las que no tienen ninguna aplicación útil para los temas de que hablan. Por lo tanto, hay que conducir la sabiduría a la medicina y la medicina a la sabiduría. Pues el médico filósofo es semejante a un dios, ya que no hay mucha diferencia entre ambas cosas. En efecto, también en la medicina están todas las cosas que se dan en la sabiduría: desprendimiento, modestia, pundonor, dignidad, prestigio, juicio, calma, capacidad de réplica, integridad, lenguaje sentencioso, conocimiento de lo que es útil y necesario para la vida, rechazo de la impureza, alejamiento de toda superstición, excelencia divina. En consecuencia, a la medicina le está asociada una cierta sabiduría, porque también esas cosas las tiene en su mayoría el médico. Lo que actualmente la medicina no alcanza, de ahí lo suplirá, pues ¿qué otro camino hay que el de este tipo de sabiduría?»

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No están faltos de razón los que proponen que la sabiduría es útil para muchas cosas; naturalmente esa sabiduría que sirve para la vida. Digo esto porque la mayoría de las ciencias parecen haberse engendrado como pasatiempo; me refiero a las que no tienen ninguna aplicación útil para los temas de que hablan. Pero a éstas cabría distinguirlas, poniendo como línea divisoria el que no haya en ellas ni ociosidad ni, por tanto, maldad, ya que la falta de ocupación y de actividad llevan a la maldad y son arrastradas por ella; en cambio, estar alerta y ejercitar la mente atraen las cosas que tienden al embellecimiento de la vida.

TODO ARTE, QUE NO LLEVE EN SÍ AFÁN DE LUCRO Y FALTA DE COMPOSTURA, ES HERMOSO SI DESARROLLA SU ACTIVIDAD CON UN MÉTODO CIENTÍFICO; PERO SI NO, SE VUELVE DESVERGONZADAMENTE POPULAR

Dejo de lado este tipo de discursos que no recaen en nada útil, pues más conveniente es aquel que, con un objeto distinto, se elabora para un arte; ciertamente, un arte que lleve al buen comportamiento y a la buena reputación. En efecto, todo arte que no lleve en sí afán de lucro y falta de compostura es hermoso si desarrolla su actividad con un método científico; pero si no, se vuelve desvergonzadamente popular. Porque los jóvenes sí que se suman a sus adeptos, pero al madurar les entran sudores de vergüenza con sólo mirarlos; y de ancianos, en su amargura, legislan su expulsión de las ciudades. Y es que esos mercaderes del ágora, que confunden con su charlatanería, y los que andan dando vueltas por las ciudades son los mismos: uno puede distinguirlos en su atuendo y en su aspecto externo; y aun cuando vayan magníficamente ataviados, mucho más han de ser evitados y despreciados por quienes los ven. (más…)

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