«No están faltos de razón los que proponen que la sabiduría es útil para muchas cosas; naturalmente esa sabiduría que sirve para la vida. Digo esto porque la mayoría de las ciencias parecen haberse engendrado como pasatiempo; me refiero a las que no tienen ninguna aplicación útil para los temas de que hablan. Por lo tanto, hay que conducir la sabiduría a la medicina y la medicina a la sabiduría. Pues el médico filósofo es semejante a un dios, ya que no hay mucha diferencia entre ambas cosas. En efecto, también en la medicina están todas las cosas que se dan en la sabiduría: desprendimiento, modestia, pundonor, dignidad, prestigio, juicio, calma, capacidad de réplica, integridad, lenguaje sentencioso, conocimiento de lo que es útil y necesario para la vida, rechazo de la impureza, alejamiento de toda superstición, excelencia divina. En consecuencia, a la medicina le está asociada una cierta sabiduría, porque también esas cosas las tiene en su mayoría el médico. Lo que actualmente la medicina no alcanza, de ahí lo suplirá, pues ¿qué otro camino hay que el de este tipo de sabiduría?»
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No están faltos de razón los que proponen que la sabiduría es útil para muchas cosas; naturalmente esa sabiduría que sirve para la vida. Digo esto porque la mayoría de las ciencias parecen haberse engendrado como pasatiempo; me refiero a las que no tienen ninguna aplicación útil para los temas de que hablan. Pero a éstas cabría distinguirlas, poniendo como línea divisoria el que no haya en ellas ni ociosidad ni, por tanto, maldad, ya que la falta de ocupación y de actividad llevan a la maldad y son arrastradas por ella; en cambio, estar alerta y ejercitar la mente atraen las cosas que tienden al embellecimiento de la vida.
TODO ARTE, QUE NO LLEVE EN SÍ AFÁN DE LUCRO Y FALTA DE COMPOSTURA, ES HERMOSO SI DESARROLLA SU ACTIVIDAD CON UN MÉTODO CIENTÍFICO; PERO SI NO, SE VUELVE DESVERGONZADAMENTE POPULAR
Dejo de lado este tipo de discursos que no recaen en nada útil, pues más conveniente es aquel que, con un objeto distinto, se elabora para un arte; ciertamente, un arte que lleve al buen comportamiento y a la buena reputación. En efecto, todo arte que no lleve en sí afán de lucro y falta de compostura es hermoso si desarrolla su actividad con un método científico; pero si no, se vuelve desvergonzadamente popular. Porque los jóvenes sí que se suman a sus adeptos, pero al madurar les entran sudores de vergüenza con sólo mirarlos; y de ancianos, en su amargura, legislan su expulsión de las ciudades. Y es que esos mercaderes del ágora, que confunden con su charlatanería, y los que andan dando vueltas por las ciudades son los mismos: uno puede distinguirlos en su atuendo y en su aspecto externo; y aun cuando vayan magníficamente ataviados, mucho más han de ser evitados y despreciados por quienes los ven.
El tipo contrario hay que verlo así: nada de afectación estudiada. En efecto, en cuanto al atuendo, que haya en él decoro y sencillez, no hecho para lucir, sino con vistas a la buena reputación, a la reflexión e introspección, además de adecuado para caminar. Los que se ajustan a todo este esquema son así: reconcentrados, sencillos, agudos en las controversias, oportunos en las respuestas, tenaces frente a las objeciones, bienintencionados y afables con los que son afines, bien dispuestos para con todos, silenciosos en los tumultos, resueltos y decididos ante los silencios, ágiles y receptivos a la oportunidad, prácticos e independientes para las comidas, pacientes en la espera de una ocasión, expresando en palabras eficaces todo lo que esté probado, utilizando una buena dicción, haciéndolo con gracia, apoyados en el prestigio que todo esto da, teniendo como meta la verdad sobre lo que ha sido demostrado.
Lo que está en primera línea de todas las cosas ya dichas es la disposición natural. De hecho, los que se dedican a las artes, si además les es dado esto, hacen su camino con todas las cualidades antes mencionadas. Y es que, tanto en la ciencia como en el arte, lo conveniente es algo que no puede ser enseñado; antes de cualquier enseñanza, la naturaleza fluye como un torrente para iniciar el proceso, y la ciencia, por su parte, viene después a hacer objeto de su conocimiento lo realizado por la propia naturaleza.
Pues bien, contrapuestas ambas, muchos, dominados por la teoría, no hacen uso conjunto de ellas para la demostración en los hechos. De forma que si alguno de éstos desea verificar algo de lo expuesto en el discurso, de nada le servirá su disposición natural. Resulta entonces que éstos se encuentran en un camino semejante al de aquéllos; por lo cual, hallándose desnudos, se recubren de cualquier maldad y deshonra. Porque es bueno el razonamiento surgido de la enseñanza de lo real, ya que todo lo que se hace según el arte ha sido incorporado a él por medio del razonamiento; pero lo que se dice según el arte, sin que esté realizado, es indicio de un método carente de ciencia.
En efecto, mantener una opinión sin llevarla a la práctica es señal de ignorancia y falta de ciencia, pues una opinión, y especialmente en medicina, implica una acusación para los que la mantienen, pero acarrea la perdición para los que se sirven de ella. Y si, seducidos por sus teorías, creen conocer la práctica que procede sólo de un aprendizaje, ésta les pone en evidencia, al igual que el oro falso sometido a la prueba del fuego. Si la inteligencia va a la par con el aprendizaje, inmediatamente el conocimiento revela la meta; a algunos es el tiempo el que les pone a su arte un viento favorable o les revela los medios para arribar, si se encuentran ya en esa ruta.
HAY QUE CONDUCIR LA SABIDURÍA A LA MEDICINA Y LA MEDICINA A LA SABIDURÍA, PUES EL MÉDICO FILÓSOFO ES SEMEJANTE A UN DIOS, YA QUE EN LA MEDICINA ESTÁN TODAS LAS VIRTUDES QUE SE DAN EN LA SABIDURÍA
Por lo tanto, recogiendo cada uno de los puntos anteriormente dichos, hay que conducir la sabiduría a la medicina y la medicina a la sabiduría. Pues el médico filósofo es semejante a un dios, ya que no hay mucha diferencia entre ambas cosas. En efecto, también en la medicina están todas las cosas que se dan en la sabiduría: desprendimiento, modestia, pundonor, dignidad, prestigio, juicio, calma, capacidad de réplica, integridad, lenguaje sentencioso, conocimiento de lo que es útil y necesario para la vida, rechazo de la impureza, alejamiento de toda superstición, excelencia divina. De hecho tienen estas cualidades en contraposición a la intemperancia, la vulgaridad, la codicia, el ansia, la rapiña, la desvergüenza. Pues eso es conocimiento de las cosas que vienen a tu encuentro y utilización de lo que guarda relación con la amistad, al igual que con los hijos y con la propiedad. En consecuencia, a la medicina le está asociada una cierta sabiduría, porque también esas cosas las tiene en su mayoría el médico.
De hecho, también en la mente del médico el conocimiento del mundo de los dioses está estrechamente vinculado a la medicina; pues en las afecciones en general, y especialmente en los accidentes, la medicina se encuentra, en la mayor parte de los casos, en una posición de favor por parte de los dioses. Y los médicos ceden su puesto a éstos, pues dentro de la medicina no existe poder sobre lo que la rebasa. En efecto, los médicos tratan muchas enfermedades, pero muchas de ellas se les curan por sí mismas. Lo que actualmente la medicina no alcanza, de ahí lo suplirá, pues ¿qué otro camino hay que el de este tipo de sabiduría? El mismo que para aquéllos. Ellos no lo interpretan de esa manera, pero así lo atestiguan los fenómenos que se dan en el organismo y que, ciertamente, están comprendidos en toda la medicina, los cambios de forma o de cualidad: aquéllos son curados mediante la cirugía y éstos reciben ayuda por tratamiento o régimen. Para el conocimiento de estas cosas sirva este resumen.
De manera que, supuesto todo lo anteriormente dicho, el médico debe hacer patente una cierta vivacidad, pues una actitud grave le hace inaccesible tanto a los sanos como a los enfermos. Y debe estar muy pendiente de sí mismo sin exhibir demasiado su persona ni dar a los profanos más explicaciones que las estrictamente necesarias, pues eso suele ser forzosamente una incitación a enjuiciar el tratamiento. Y ninguna de estas cosas deben hacerse de manera llamativa ni ostentosamente. Piensa en todo esto para tenerlo preparado de antemano, a fin de tener recursos cuando los necesites; de otro modo siempre se va a estar en apuros cuando surja la necesidad.
En medicina hay que ocuparse con todo cuidado de lo siguiente: de la agilidad de las manos para la exploración, las fricciones y los lavatorios; de las hilas, compresas, vendajes y la ventilación; de los medicamentos para heridas y problemas oculares y de todo lo que debe ir clasificado, para que tengas preparado de antemano instrumentos, aparatos, bisturí, etc. Pues en estas cosas, la falta de recursos supone impotencia y daño. Ten, además, un segundo botiquín de viaje, más sencillo y de mano, para las visitas afuera. El más adecuado es el ordenado metódicamente, pues el médico no debe ir revisándolo todo.
Lleva bien aprendidos los medicamentos y sus propiedades simples y compuestas -supuesto que tienes en la mente los medios de curación de las enfermedades- y recuerda sus diversas modalidades, las proporciones y la manera como se comportan en cada caso. Esto, en medicina, es principio, medio y fin. […]
ES PRECISO QUE EL MÉDICO, COMO EN LA SABIDURÍA Y DEMÁS ARTES, SE REVISTA DE LAS CUALIDADES QUE OTORGAN REPUTACIÓN Y BUENA CONDUCTA, PUES LOS HECHOS GLORIOSOS SE CONSERVAN EN LA MEMORIA DE TODOS LOS HOMBRES
Cuando entres junto al enfermo, con todo preparado para no verte en apuros y cada cosa ordenada de acuerdo con lo que vas a hacer, entra conociendo previamente cómo hay que actuar, pues muchos casos no es reflexión lo que requieren, sino ayuda inmediata. Y, así, debes explicar de antemano lo que va a suceder, valiéndote de tu experiencia, ya que eso da prestigio y es fácil de entender.
En la visita ten presente la forma de sentarte, la compostura, el atuendo, el porte de autoridad, la parquedad de palabras, la actitud serena, la atención constante, la dedicación, la réplica a las objeciones, el dominio de ti mismo ante las dificultades que surjan, la severidad para dominar la situación en momentos de alarma y la prontitud para actuar. Además de esto, recuerda la preparación primera. Si no es así, al menos no dejes de realizar las demás cosas de las que se te ha instruido para una pronta actuación.
Haz frecuentes visitas; sé muy cuidadoso en la exploración, saliendo al paso de las cosas equívocas que suelen derivarse de los cambios. Pues así tendrás con más facilidad un conocimiento y, al tiempo, te sentirás más a gusto. En efecto, la inestabilidad es característica de los humores, que son fácilmente alterados por la naturaleza y por el azar. De modo que lo que pasa desapercibido en el momento favorable de la actuación toma la delantera y mata al enfermo, al no habérsele puesto remedio. Porque, cuando muchos factores intervienen al tiempo, la cosa es difícil; los fenómenos que se controlan uno por uno son más fáciles de localizar y de detectar experimentalmente.
Hay que vigilar también los errores de los enfermos, que muchas veces te engañan en cuanto a la toma de las cosas prescritas y que, por no tomarse pociones desagradables u otros medicamentos o tratamientos, son llevados a la muerte. Y por su parte, no se inclina a reconocer lo que han hecho, sino que es al médico al que culpan. […]
Haz todo esto con calma y orden, ocultando al enfermo, durante tu actuación, la mayoría de las cosas. Dale las órdenes oportunas con amabilidad y dulzura, y distrae su atención; repréndele a veces estricta y severamente, pero otras, anímale con solicitud y habilidad, sin mostrarle nada de lo que le va a pasar ni de su estado actual; pues muchos acuden a otros médicos por causa de esa declaración, antes mencionada, del pronóstico sobre su presente y futuro. […] Advierte, pues, todo esto en el momento de la actuación a aquellos que tiene el deber de aprenderlo previamente.
Por consiguiente, siendo éstas las indicaciones que se refieren a la reputación y buena conducta, tanto en la sabiduría como en la medicina y en el resto de las artes, es preciso que el médico, distinguiendo esas clases de las que hablábamos, se revista de la segunda totalmente, y observándola la guarde y transmitiéndola la cumpla. Pues los hechos gloriosos se conservan en la memoria de todos los hombres, y los que caminan entre ellos son glorificados por padres e hijos. Y aunque algunos no conozcan muchas de estas cosas, la misma práctica les pone en situación de conocerlas.
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HIPÓCRATES DE COS (460-380 a. C.), Sobre la decencia (extracto). Tratados hipocráticos, tomo I. Editorial Gredos, 1983. Traducción: Mª Dolores Lara Nava. [Filosofía Digital, 26/08/2009].