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Paraísos artificiales

«Ganar el paraíso de un golpe. ¡Ay!, los vicios del hombre, por más horrorosos que los supongamos, contienen la prueba (¡aunque ésta no fuera otra que su infinita expansión!) de su gusto por el infinito; sólo que es un gusto que se equivoca a menudo de ruta. En esta depravación del sentido del infinito es donde yace, en mi opinión, la razón de todos los excesos culpables, desde la embriaguez solitaria y concentrada del literato que, obligado a buscar en el opio, alivio a un dolor físico y descubriendo así una fuente de goces mórbidos, la convierte lentamente en su único alimento y en una especie de sol de su vida espiritual, hasta la borrachera más repugnante de los suburbios que, con el cerebro lleno de ardor y gloria, se revuelca ridículamente en las inmundicias del camino. Todo hombre que no acepte las condiciones de la vida vende su alma. El hombre ha querido ser Dios, y ahí lo tenemos, caído, en virtud de una ley moral incontrolable, más bajo que su naturaleza real. Es un alma que se vende al detalle».

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Ganar el paraíso de un golpe. ¡Ay!, los vicios del hombre, por más horrorosos que los supongamos, contienen la prueba (¡aunque ésta no fuera otra que su infinita expansión!) de su gusto por el infinito; sólo que es un gusto que se equivoca a menudo de ruta.

SENTIDO DEPRAVADO DEL INFINITO

El hombre ha querido, pues, crear, el paraíso mediante la farmacia, mediante las bebidas fermentadas, como un maníaco que reemplazara muebles sólidos y jardines reales por decorados pintados en tela y montados sobre bastidores.

Los borrachos, de Velázquez (1.599-1.660)

En esta depravación del sentido del infinito es donde yace, en mi opinión, la razón de todos los excesos culpables, desde la embriaguez solitaria y concentrada del literato que, obligado a buscar en el opio, alivio a un dolor físico y descubriendo así una fuente de goces mórbidos, la convierte lentamente en su único alimento y en una especie de sol de su vida espiritual, hasta la borrachera más repugnante de los suburbios que, con el cerebro lleno de ardor y gloria, se revuelca ridículamente en las inmundicias del camino.

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Psicología sin alma

«En la segunda mitad del siglo XIX se asiste al nacimiento de una psicología «sin alma». No se puede jugar con el espíritu de la época, pues constituye una religión, más aún, una confesión o un credo, cuya irracionalidad no deja nada que desear; tiene, además, la molesta cualidad de querer pasar por el criterio supremo de toda verdad y la pretensión de detentar el privilegio del sentido común. El espíritu de la época escapa a las categorías de la razón humana. Es una inclinación sentimental que, por motivos inconscientes, actúa con una soberana fuerza de sugestión sobre todos los espíritus débiles y los arrastra. Pensar así es popular; y, por tanto, decente, razonable, científico y normal».

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Mientras que la Edad Media, la Antigüedad e incluso la humanidad entera desde sus primeros balbuceos vivieron en la convicción de un alma sustancial, en la segunda mitad del siglo XIX se asiste al nacimiento de una psicología «sin alma».

CON EL AUGE DEL MATERIALISMO, LA CONCIENCIA SE ENSANCHÓ, PERO DEJÓ DE CRECER EN ALTURA

Bajo la influencia del materialismo científico, todo lo que no puede verse con los ojos ni aprehenderse con las manos se pone en duda y, hasta sospechoso de metafísico, se vuelve comprometedor. Desde ese momento sólo es «científico» y, por consiguiente, admisible, lo que es manifiestamente material o lo que puede ser deducido de causas accesibles para los sentidos. Tal trastocamiento se había iniciado mucho antes, en una lenta gestación, muy anterior al materialismo.

Cuando la era gótica, que se había alzado con un impulso unánime hacia el cielo, aunque apoyándose en una base geográfica y en una concepción del mundo estrechamente circunscritas, se derrumbó, quebrantada por la catástrofe espiritual de la Reforma, la ascensión vertical del espíritu europeo se vio frenada por la expansión horizontal de la conciencia moderna. La conciencia no se desarrolló ya en altura, sino que ganó en extensión geográfica e intelectualmente. Fue la época de los grandes descubrimientos y del ensanchamiento empírico de nuestras nociones del mundo.

La creencia en la sustancialidad del espíritu cedió, poco a poco, ante una afirmación cada vez más intransigente de la sustancialidad del mundo físico, hasta que, al fin -tras una agonía de casi cuatro siglos-, los representantes más avanzados de la conciencia europea, los pensadores y los sabios, consideraron el espíritu como totalmente dependiente de la materia y de las causas materiales. (más…)

La medicalización de la vida

«El bienestar moral del paciente, la impresión que siente de ser escuchado y tomado en serio, o, por el contrario, de ser rechazado, son dimensiones de su sentimiento de seguridad tan importantes como el bienestar físico. ¿Y qué es lo que necesita el paciente para sentirse reconfortado? ¿Mucha ciencia? ¿No siente más bien la necesidad de poderse expresar, de hacer partícipe a alguien de sus problemas, de su ansiedad? ¿No siente la necesidad de que le escuchen y le traten como a un ser humano, y no como a un cliente o, peor aún, como un portador de órganos enfermos? ¿Qué le falta, pues, al médico para responder a estos deseos de su paciente? Sin duda, una cierta aptitud para las relaciones humanas; pero, por encima de todo: tiempo, tiempo para conversar con su enfermo y, sobre todo, tiempo para escucharle. Se trata de devolver al médico el papel psico-socio-educativo, que ha perdido actualmente y que está un poco desvalorizado, conservándole, al mismo tiempo, su papel técnico. Pero cambiar la sociedad, volverla más juiciosa, no quiere decir en absoluto intervenir en la vida de los individuos, obligándoles a comportarse de una manera contraria a sus deseos, sino cambiar las reglas de juego de la sociedad. Y ¿qué hacen los médicos en este aspecto? Al parecer, muy poca cosa».

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El bienestar moral del paciente, la impresión que siente de ser escuchado y tomado en serio, o, por el contrario, de ser rechazado, son dimensiones de su sentimiento de seguridad tan importantes como el bienestar físico.

Si hay interdependencia entre la tranquilidad moral y la comodidad física, y el hecho de actuar sobre el primero nos lleva a mejorar el segundo, es algo por lo que debemos felicitarnos, pero no es una razón para tratar al primero como un simple “medio”, sino que se debe considerar como un “fin” en sí mismo.

LA RELACIÓN ENTRE EL MÉDICO Y EL PACIENTE

¿Y qué es lo que necesita el paciente para sentirse reconfortado? ¿Mucha ciencia? ¿No siente más bien la necesidad de poderse expresar, de hacer partícipe a alguien de sus problemas, de su ansiedad? ¿No siente la necesidad de que le escuchen y le traten como a un ser humano, y no como a un cliente o, peor aún, como un portador de órganos enfermos? ¿Qué le falta, pues, al médico para responder a estos deseos de su paciente?

El paciente ¿no necesita ante todo ser escuchado y tratado como un ser humano, en vez de como un cliente o un portador de órganos enfermos?

Sin duda, una cierta aptitud para las relaciones humanas, que puede, quizás, adquirir por medio de una formación (no en forma de una enseñanza magistral, sino con casos concretos, “trabajos prácticos” sobre el terreno). Pero, por encima de todo, lo que le hace falta al médico es precisamente aquello de que dispone en menor cantidad: tiempo, tiempo para conversar con su enfermo y, sobre todo, tiempo para escucharle.

Se trata de hacerse cargo del problema que plantea el paciente de manera global, respetando la unidad de la persona, por lo que se debe ofrecer al enfermo una competencia técnica así como una disponibilidad de escucha y de atención. Esta misma preocupación de síntesis impone, por otra parte, que la acción puramente curativa vuelva a su justo lugar y no disociarla en prevención, terapéutica, vigilancia, rehabilitación, etc. (más…)

Salud, bienestar y alienación

«El tipo de cambio que preconizamos para la sanidad se caracteriza por una cierta desmedicalización a nivel de las relaciones médico-enfermo, siendo la petición de ayuda del paciente recibida como tal. Pero esta desmedicalización sólo puede obtener un éxito duradero, si se extiende más allá de las instituciones, hasta las mentalidades y las actitudes colectivas. Nuestra sociedad es patógena porque las condiciones de vida que crea la sociedad industrial son nocivas para la salud de los hombres. Pero lo es también de manera más sutil porque coloca la frontera entre lo normal y lo patológico -cuya naturaleza es esencialmente social y cultural- a un nivel que deja la parte más importante a la patología y a lo que depende del médico. Lo que hay que cambiar es el lugar que ocupa el médico en la sociedad y sus actitudes ante el enfermo, la enfermedad y la muerte. La salud a cualquier precio, incluso al precio de una institucionalización más alienante, quizá, que la propia enfermedad, es un objetivo decadente. No es posible pensar que una sociedad consciente y responsable pueda desentenderse de toda decisión y dejarla en manos de los profesionales, por muy competentes que sean».

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El tipo de cambio que preconizamos para la sanidad se caracteriza por una cierta desmedicalización a nivel de las relaciones médico-enfermo, siendo la petición de ayuda del paciente recibida como tal; desmedicalización a nivel colectivo, porque la política sanitaria aporta variantes que el sistema médico actual ignora.

Pero esta desmedicalización sólo puede obtener un éxito duradero, si se extiende más allá de las instituciones, hasta las mentalidades y las actitudes colectivas. Lo que hay que cambiar es el lugar que ocupa el médico en la sociedad y sus actitudes ante el enfermo, la enfermedad y la muerte.

LA SALUD, UN VALOR SOCIAL Y UNA EXIGENCIA

Nuestra sociedad es patógena, hemos dicho, y es cierto porque las condiciones de vida que crea la sociedad industrial son nocivas para la salud de los hombres. Pero lo es también de manera más sutil porque coloca la frontera entre lo normal y lo patológico -cuya naturaleza es esencialmente social y cultural- a un nivel que deja la parte más importante a la patología y a lo que depende del médico.

Diferentes factores concurren para obtener este resultado. En primer lugar, el hecho de que la salud sea considerada como un valor social: la salud es una exigencia. (más…)

El alma humana busca una meta

«Con el tratamiento de la neurosis, se empieza a abordar un problema que va mucho más allá de lo puramente médico y que es imposible solucionar con la única contribución de la medicina. Existe en el alma un proceso, por decirlo así, independiente de las circunstancias exteriores y que busca una meta. El arte requiere de todo el hombre. Pues bien, es este hombre total el que se busca. Tanto los esfuerzos del médico como la búsqueda del paciente apuntan hacia ese hombre «total» oculto, no manifiesto todavía, que es al mismo tiempo el más grande y el futuro. Pero, por desgracia, el auténtico camino que lleva a la totalidad está integrado por rodeos y caminos equivocados condicionados por el destino. Es este camino donde tienen lugar las experiencias que se acostumbra a calificar de «difícilmente accesibles». Su insuficiencia estriba en que son costosas: exige aquello a que más se teme, concretamente la totalidad, algo que está continuamente en boca de todos y con la que se puede teorizar hasta el infinito; pero a la que en la realidad de la vida se rehuye con los máximos rodeos».

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Lo que voy a exponer en relación con la esencia del alma humana son fundamentalmente observaciones en seres humanos. Se ha reprochado a estas observaciones que se trata de experiencias desconocidas y difíciles de comprender, respectivamente.

EL ALMA HUMANA ES EL CAMPO MÁS OSCURO Y MISTERIOSO CON QUE TROPIEZA NUESTRA EXPERIENCIA

Es un hecho curioso, con el cual se tropieza una y otra vez, que absolutamente todos, incluso los profanos más incompetentes, creen estar enterados por completo de lo que es la psicología, como si la psique fuera precisamente el campo que disfrutara del más general de los conocimientos.

Los laberintos del alma I, de Pancorvo.

Pero cualquiera que conozca de verdad el alma humana estará de acuerdo conmigo si digo que este campo es el más oscuro y misterioso con que tropieza nuestra experiencia. Jamás se acaba de aprender en este campo. En mi actividad práctica, no transcurre casi ningún día sin que me encuentre con algo nuevo e inesperado.

Cierto que mis experiencias no son trivialidades que estén a flor de piel, pero están en una proximidad accesible para cualquier psicoterapeuta que se ocupe de este campo especial. Por ello, me parece absurdo, cuando menos, que se me reproche en cierto modo el desconocimiento de las experiencias participadas. No me considero responsable de la insuficiencia del saber profano en materia de psicología.

En el proceso analítico, o sea, en el enfrentamiento dialéctico entre el consciente y el inconsciente, existe una evolución, un progreso hacia una meta o un fin, cuya naturaleza, difícilmente descifrable, ha acaparado mi atención durante muchos años. En todas las fases posibles de la evolución, los tratamientos psíquicos llegan a un final; pero sin que, al alcanzarle, se tenga la impresión de haber conseguido con él una meta. (más…)

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