«Ganar el paraíso de un golpe. ¡Ay!, los vicios del hombre, por más horrorosos que los supongamos, contienen la prueba (¡aunque ésta no fuera otra que su infinita expansión!) de su gusto por el infinito; sólo que es un gusto que se equivoca a menudo de ruta. En esta depravación del sentido del infinito es donde yace, en mi opinión, la razón de todos los excesos culpables, desde la embriaguez solitaria y concentrada del literato que, obligado a buscar en el opio, alivio a un dolor físico y descubriendo así una fuente de goces mórbidos, la convierte lentamente en su único alimento y en una especie de sol de su vida espiritual, hasta la borrachera más repugnante de los suburbios que, con el cerebro lleno de ardor y gloria, se revuelca ridículamente en las inmundicias del camino. Todo hombre que no acepte las condiciones de la vida vende su alma. El hombre ha querido ser Dios, y ahí lo tenemos, caído, en virtud de una ley moral incontrolable, más bajo que su naturaleza real. Es un alma que se vende al detalle».
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Ganar el paraíso de un golpe. ¡Ay!, los vicios del hombre, por más horrorosos que los supongamos, contienen la prueba (¡aunque ésta no fuera otra que su infinita expansión!) de su gusto por el infinito; sólo que es un gusto que se equivoca a menudo de ruta.
SENTIDO DEPRAVADO DEL INFINITO
El hombre ha querido, pues, crear, el paraíso mediante la farmacia, mediante las bebidas fermentadas, como un maníaco que reemplazara muebles sólidos y jardines reales por decorados pintados en tela y montados sobre bastidores.
En esta depravación del sentido del infinito es donde yace, en mi opinión, la razón de todos los excesos culpables, desde la embriaguez solitaria y concentrada del literato que, obligado a buscar en el opio, alivio a un dolor físico y descubriendo así una fuente de goces mórbidos, la convierte lentamente en su único alimento y en una especie de sol de su vida espiritual, hasta la borrachera más repugnante de los suburbios que, con el cerebro lleno de ardor y gloria, se revuelca ridículamente en las inmundicias del camino.
Entre las drogas más idóneas para crear lo que yo denomino el Ideal Artificial, dejando a un lado los licores, que empujan rápidamente al furor material y que abaten la fuerza espiritual…, las dos substancias más enérgicas, aquellas cuyo empleo es más cómodo y está más a mano, son el hachís y el opio. El análisis de los efectos misteriosos y de los goces mórbidos que pueden engendrar estas drogas, de los inevitables castigos que resultan de su uso prolongado y, finalmente, de la inmoralidad misma implicada en esa persecución de un falso ideal, constituye el tema del presente estudio.
Se dice, y es casi verdad, que el hachís no causa ningún mal físico, ningún mal grave por lo menos. Pero, ¿puede afirmarse que un hombre incapaz de acción y apto solamente para los sueños, se encuentra realmente bien porque todos sus miembros están en buen estado?
UN ALMA QUE SE VENDE AL DETALLE
En efecto, todo hombre que no acepte las condiciones de la vida vende su alma. El hombre ha querido ser Dios, y ahí lo tenemos, caído, en virtud de una ley moral incontrolable, más bajo que su naturaleza real. Es un alma que se vende al detalle.
Hay que pensar en otro peligro, fatal, terrible, que es el de todos los hábitos. Todos se transforman pronto en necesidades. El que recurra a un veneno para pensar, pronto ya no podrá pensar sin veneno. ¿Os figuráis el destino horrible de un hombre cuya imaginación paralizada no pudiera funcionar más sin ayuda del hachís o del opio?
Pero el hombre no está tan abandonado, tan privado de medios honestos para ganar el cielo que se vea obligado a invocar a la farmacia y a la brujería; no hay necesidad de vender el alma para pagar las caricias enervantes y el amor de las huríes.
¿Qué es un paraíso que se compra al precio de la salvación eterna?
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CHARLES BAUDELAIRE, Los paraísos artificiales, 1861. [FD, 12/07/2006]