El alma humana busca una meta

«Con el tratamiento de la neurosis, se empieza a abordar un problema que va mucho más allá de lo puramente médico y que es imposible solucionar con la única contribución de la medicina. Existe en el alma un proceso, por decirlo así, independiente de las circunstancias exteriores y que busca una meta. El arte requiere de todo el hombre. Pues bien, es este hombre total el que se busca. Tanto los esfuerzos del médico como la búsqueda del paciente apuntan hacia ese hombre «total» oculto, no manifiesto todavía, que es al mismo tiempo el más grande y el futuro. Pero, por desgracia, el auténtico camino que lleva a la totalidad está integrado por rodeos y caminos equivocados condicionados por el destino. Es este camino donde tienen lugar las experiencias que se acostumbra a calificar de «difícilmente accesibles». Su insuficiencia estriba en que son costosas: exige aquello a que más se teme, concretamente la totalidad, algo que está continuamente en boca de todos y con la que se puede teorizar hasta el infinito; pero a la que en la realidad de la vida se rehuye con los máximos rodeos».

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Lo que voy a exponer en relación con la esencia del alma humana son fundamentalmente observaciones en seres humanos. Se ha reprochado a estas observaciones que se trata de experiencias desconocidas y difíciles de comprender, respectivamente.

EL ALMA HUMANA ES EL CAMPO MÁS OSCURO Y MISTERIOSO CON QUE TROPIEZA NUESTRA EXPERIENCIA

Es un hecho curioso, con el cual se tropieza una y otra vez, que absolutamente todos, incluso los profanos más incompetentes, creen estar enterados por completo de lo que es la psicología, como si la psique fuera precisamente el campo que disfrutara del más general de los conocimientos.

Los laberintos del alma I, de Pancorvo.

Pero cualquiera que conozca de verdad el alma humana estará de acuerdo conmigo si digo que este campo es el más oscuro y misterioso con que tropieza nuestra experiencia. Jamás se acaba de aprender en este campo. En mi actividad práctica, no transcurre casi ningún día sin que me encuentre con algo nuevo e inesperado.

Cierto que mis experiencias no son trivialidades que estén a flor de piel, pero están en una proximidad accesible para cualquier psicoterapeuta que se ocupe de este campo especial. Por ello, me parece absurdo, cuando menos, que se me reproche en cierto modo el desconocimiento de las experiencias participadas. No me considero responsable de la insuficiencia del saber profano en materia de psicología.

En el proceso analítico, o sea, en el enfrentamiento dialéctico entre el consciente y el inconsciente, existe una evolución, un progreso hacia una meta o un fin, cuya naturaleza, difícilmente descifrable, ha acaparado mi atención durante muchos años. En todas las fases posibles de la evolución, los tratamientos psíquicos llegan a un final; pero sin que, al alcanzarle, se tenga la impresión de haber conseguido con él una meta.

Las terminaciones temporales, típicas, tienen lugar: 1) después de recibir un buen consejo; 2) después de una confesión más o menos completa, pero, en cualquier caso, suficiente; 3) tras el reconocimiento de un contenido desconocido hasta el momento, pero esencial, cuya conciencia lleva anejo un nuevo impulso vital o de actividad; 4) tras conseguir una nueva adaptación racional a circunstancias ambientales, quizá difíciles o desacostumbradas; 5) tras conseguir desprenderse de la psique infantil después de un largo trabajo; 6) tras la desaparición de síntomas atormentadores; 7) después de producirse un cambio positivo en el destino, como exámenes, noviazgo, matrimonio, separación, cambio de profesión, etc.; 8) después del redescubrimiento de pertenecer a una confesión religiosa o después de la conversión; 9) tras comenzar el establecimiento de una filosofía práctica de la vida (¡»Filosofía», en el sentido de la Antigüedad!).

LA META QUE BUSCA EL ALMA NO PUEDE SER ALCANZADA CON LA ÚNICA CONTRIBUCIÓN DE LA MEDICINA

Aunque esta enumeración puede ser susceptible todavía de varias modificaciones y complementos, creo que caracteriza en conjunto las situaciones fundamentales en que, el proceso analítico y, respectivamente, psicoterapéutico llegan a un fin provisional y, en ocasiones, también definitivo. Pero como demuestra la experiencia, existe un número de pacientes relativamente numeroso, en cuyo caso la terminación exterior del trabajo con el médico no significa en modo alguno también el final del proceso analítico.

Antes bien, la dialéctica con el inconsciente sigue, y además en sentido parecido a los que no han abandonado la asistencia al consultorio del médico. Uno se encuentra, a veces, con estos pacientes al cabo de varios años y se entera entonces de la historia, notable con frecuencia, de sus ulteriores cambios.

Tales experiencias han reforzado mi hipótesis de que existe en el alma un proceso, por decirlo así, independiente de las circunstancias exteriores y que busca una meta; y, por otra parte, me han librado de la preocupación de que yo mismo pudiera ser el único causante de un proceso psíquico impropio (y por ello, quizá contrario a la Naturaleza).

Esta preocupación podía estar justificada hasta cierto punto por el hecho de que determinados pacientes no se dejan persuadir a una terminación del trabajo analítico con ningún argumento de las nueve categoría citadas, ni siquiera con ayuda de una conversión religiosa, por no hablar de algo tan sensacional como la eliminación de los síntomas neuróticos. Precisamente los casos de esta última clase me han hecho ver con claridad que, con el tratamiento de la neurosis, se empieza a abordar un problema que va mucho más allá de lo puramente médico y que es imposible solucionar con la única contribución de la medicina.

Carl Gustav Jung

Pronto hará medio siglo que comenzó la época del análisis con sus seudobiológicas concepciones y desvalorizaciones del proceso de desarrollo anímico. Pero bien, aferrándose a los conceptos de aquellos tiempos, todavía se acostumbra de buen grado a hablar de «huida frente a la vida», «transferencia no resuelta», «autoerotismo» y toda clase de denominaciones desagradables. Pero si se tiene en cuenta que todas las cosas han de ser examinadas por ambos lados, una valoración negativa en el sentido de la vida sólo es permisible cuando se demuestra que no se puede hallar nada realmente positivo en el «quedar pendiente».

La comprensible impaciencia del médico no necesita en sí probar nada todavía. Sólo mediante la indecible paciencia del investigador ha conseguido la nueva ciencia llegar a un conocimiento profundo de la esencia del alma, debiendo agradecerse a la sacrificada tenacidad y perseverancia del médico el logro de ciertos resultados terapéuticos inesperados. Además, las concepciones negativas injustificadas son cómodas y ocasionalmente nocivas, y despiertan la sospecha de que con ellas se arropa el desconocimiento, cuando no hasta el intento de sustraerse a la responsabilidad y a la confrontación categórica.

PARA ALCANZAR LA TOTALIDAD ES IMPRESCINDIBLE NUESTRA COMPLETA INTEGRIDAD

El trabajo analítico conduce, más temprano o más tarde, inevitablemente, a la confrontación humana entre el yo y el tú y el tú y el yo, más allá de todo pretexto demasiado humano; por lo cual no sólo puede ocurrir con facilidad, sino que da lugar inexorablemente a que resulten afectados tanto el paciente como el médico, y no sólo de una forma superficial, sino hasta profunda. Nadie maneja fuego o veneno sin resultar algo alcanzado, cuando menos, en los puntos donde el aislamiento no es completo; pues el verdadero médico no está nunca al lado, sino siempre y en todo lugar dentro.

El «quedar pendiente» puede ser indeseable, incomprensible e incluso insoportable para ambas partes sin necesidad de que se haya demostrado negativo en el sentido de la vida. Al contrario, puede ser un «quedar colgado» que se ha de valorar positivamente, el cual, si bien es cierto que significa, por un lado, una dificultad insuperable en apariencia, por otro, representa, y precisamente por ello, esa situación peculiar que exige un esfuerzo máximo e incita a la totalidad del ser humano a salir a la palestra.

Sí, podría incluso decirse que el paciente, por una parte, busca de forma inconsciente o imperturbable, el problema insoluble en último término; y que por otra, el arte o la técnica del médico contribuyen como mejor pueden en ayuda al paciente en dicha búsqueda.

«El arte requiere de todo el hombre», exclama un alquimista. Pues bien, es este hombre total el que se busca. Tanto los esfuerzos del médico como la búsqueda del paciente apuntan hacia ese hombre «total» oculto, no manifiesto todavía, que es al mismo tiempo el más grande y el futuro. Pero, por desgracia, el auténtico camino que lleva a la totalidad está integrado por rodeos y caminos equivocados condicionados por el destino. Es un larguísimo camino, no un camino recto, sino una línea sinuosa que une posturas antagónicas entre sí, una linea que recuerda al caduceo de orientación, un sendero cuya sinuosidad laberíntica no carece de espanto.

Es este camino donde tienen lugar las experiencias que se acostumbra a calificar de «difícilmente accesibles». Su insuficiencia estriba en que son costosas: exige aquello a que más se teme, concretamente la totalidad, algo que está continuamente en boca de todos y con la que se puede teorizar hasta el infinito; pero a la que en la realidad de la vida se rehuye con los máximos rodeos (1). Se prefiere muchísimo más la costumbre de la «psicología de los compartimentos», en la que una cajón ignora lo que el otro encierra.

NOTAS DEL AUTOR: (1) Es digno de tenerse en cuenta que un teólogo protestante, en una obra sobre homilética, tenga el valor de exigir la integridad del predicador desde el punto de vista ético. Y, ciertamente, apoyándose en mi psicología. (Händler: «La homilía».)

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CARL G. JUNG, Psicología y alquimia, 1944. Plaza & Janés Editores, 1977. Traducción de Ángel Sabrido. FD, 01/07/2009.

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