Medicina y eutanasia

«Estimo ser oficio del médico no sólo restaurar la salud, sino mitigar el dolor y los sufrimientos, y no sólo cuando esa mitigación pueda conducir a la recuperación, sino cuando pueda lograrse con ella un tránsito suave y fácil; pues no es pequeña bendición esa “eutanasia” que César Augusto deseaba para sí, y que fue especialmente notada en la muerte de Antonino Pío, que fue a modo y semejanza de un adormecimiento dulce y placentero. Mas los médicos, al contrario, tienen casi por ley y religión el seguir con el paciente después de desahuciado, mientras que, a mi juicio, debieran a la vez estudiar el modo, y poner los medios, de facilitar y aliviar los dolores y agonías de la muerte».

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He pasado revista a la filosofía natural y sus deficiencias; en lo cual me he apartado de las doctrinas antiguas y actualmente establecidas, y por ellos suscitaré contradictores; por mi parte, así como no hago gala de disentir, así me propongo no contender.

Si morir es dormir, ¿por qué convertimos un dulce sueño en una pesadilla?

La composición variable del cuerpo humano lo ha constituido como un instrumento que fácilmente se desafina; y por eso los poetas hicieron bien en unir la música y la medicina en Apolo, porque el oficio de la medicina no es otro que el de afinar esa arpa extraña que es el cuerpo humano y llevarla a la armonía.

SABIDURÍA O NECEDAD, ¿DA LO MISMO?

Ahora bien, del ser tan variable el objeto se ha seguido que el arte fuera más conjetural; y el arte, al ser conjetural, ha dejado tanto mayor espacio a la impostura. Y por eso muchas veces al impostor se le premia, y al hombre de talento se le critica. Más aún, vemos que la debilidad y la credulidad de los hombres son tales que a menudo prefieren un charlatán o hechicero a un médico instruido.

Pues en todos los tiempos, en la opinión de la multitud, los brujos, las viejas y los impostores han competido con los médicos. ¿Y qué se sigue de ello? Pues esto, que los médicos se dicen a sí mismos, como lo expresa Salomón en ocasión más alta: “Si me ha de suceder como a los necios, ¿por qué voy a trabajar por ser más sabio?”.

Y por eso no puedo yo culpar mucho a los médicos porque por lo regular suelen cultivar alguna otra arte o práctica que estiman más que su profesión. Pues los hay que son anticuarios, poetas, humanistas, estadistas, mercaderes, teólogos, y en cada una de estas ocupaciones más peritos que en su profesión; y sin duda por este motivo: que ven que a la mediocridad o excelencia en su arte no corresponde una diferencia de lucro o estimación, porque la debilidad de los pacientes, la dulzura de la vida y la naturaleza de la esperanza hacen a los hombres depender de los médicos con todos sus defectos.

GRAVES DEFICIENCIAS DE LA MEDICINA

En la indagación de las enfermedades se renuncia a la curación de muchas, de unas afirmando que por su propia naturaleza son incurables, y de otras que pasó el momento en que se pudieron curar, de suerte que Sila y los triunviros no condenaron a la muerte a tantos hombres como hacen estos con sus edictos de ignorancia; de los cuales, sin embargo, escapan muchos con menos dificultad que de las proscripciones romanas.

Por eso no vacilo en señalar como deficiencia el que no se investigue el perfecto remedio de muchas enfermedades, o de sus grados extremos, antes bien declarándolas incurables se promulga una ley que legitima el descuido y exonera de descrédito a la ignorancia.

Más aún, estimo ser oficio del médico no sólo restaurar la salud, sino mitigar el dolor y los sufrimientos, y no sólo cuando esa mitigación pueda conducir a la recuperación, sino cuando pueda lograrse con ella un tránsito suave y fácil; pues no es pequeña bendición esa “eutanasia” que César Augusto deseaba para sí, y que fue especialmente notada en la muerte de Antonino Pío, que fue a modo y semejanza de un adormecimiento dulce y placentero.

Mas los médicos, al contrario, tienen casi por ley y religión el seguir con el paciente después de desahuciado, mientras que, a mi juicio, debieran a la vez estudiar el modo y poner los medios de facilitar y aliviar los dolores y agonías de la muerte.

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FRANCIS BACON (1561-1626). El avance del saber, Alianza Editorial, 1988. Traducción de María Luisa Balseiro. [Filosofía Digital, 28/09/2006.]

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