
Estoy seguro de que lo que dicen sobre los ingenieros jóvenes es verdad, pero lo desconocía. Lo que sí sabía, y lo dije desde el principio, es que no conozco a nadie que hable bien de la DGAC. Todo el mundo tiene quejas, hasta el punto de irse a países vecinos, como Portugal, para realizar gestiones técnicas o administrativas en las que son, al parecer, mucho más ágiles sin ser menos exigentes.
Por mi parte, seguiré trabajando, en la medida que me permita mi modesta posición profesional, para que la Medicina Aeronáutica acabe estando al servicio de la salud y de la seguridad del personal de vuelo y profesionales afines, porque, ahora mismo, considero que tiene como objetivo impuesto la busca y captura del que se salga de la normativa médica; y a nosotros, los médicos examinadores aéreos, la DGAC pretende usarnos como el Ministerio del Interior a la Guardia Civil de Tráfico.
No creo ser injusto si interpreto que la DGAC, en el aspecto psicomédico, sigue el principio de «aquí no vuela nadie que no demuestre que puede hacerlo», mientras que yo opino que «aquí debería poder volar todo el mundo, mientras que alguien (no necesariamente un médico desde un despacho) no demuestre, !y rapidito!, que no es apto para hacerlo».
Pienso, pues, seguir trabajando mediante propuestas (y denuncias) en todos los foros a mi alcance, para intentar racionalizar la normativa médico-aeronáutica y tratar de introducir, en su aplicación, contra la actual actitud policial e inquisitorial hacia los candidatos, un espíritu más servicial y profesional que contribuya a mantener sanos y seguros a nuestros pilotos, controladores y auxiliares de vuelo. Me iré explicando mejor y con más detalle en el futuro inmediato.
Pero estoy seguro de que ustedes son conscientes de que hemos dado con un hueso duro de roer. Porque, aparte de la corrupción política del sistema por arriba, nos enfrentamos, por abajo, con funcionarios administrativos, casi siempre aburguesados, pero que constituyen, como diría el genial Tocqueville, «la aristocracia de la nueva sociedad». En una Administración centralista, un jefe de sección tiene hoy más poder que un noble en la época feudal. Y Bruselas empieza a mandar más que un monarca absoluto antes de la revolución francesa. Ojo al dato.
Pero bueno, ¿qué sería de nuestra dignidad si, como hacen casi todos los españoles, más por costumbre que por voluntad, nos achantáramos siempre ante el despotismo y la arbitrariedad, sean políticos o administrativos?
Ha sido un placer. Volveremos a encontrarnos. Un abrazo.
Comentario insertado en AVIACIÓN DIGITAL («Estado sin conciencia y funcionarios sin corazón»)