El problema de nuestro tiempo

«El alma es el problema de nuestro tiempo. Lo psicológico ha adquirido un poder de atracción verdaderamente asombroso. Eso explica la sorprendente difusión mundial del llamado psicoanálisis, sólo comparable al éxito de la Ciencia Cristiana, la teosofía o la antroposofía; y no sólo por el éxito, sino también por su esencia, ya que el dogmatismo de Freud está en el fondo muy próximo al carácter de convicción religiosa de la Ciencia Cristiana y la antroposofía. Como grandes sistemas de salvación, las religiones son una curación para los padecimientos del alma. Las neurosis y enfermedades similares se originan sin excepción en complicaciones anímicas. Los incontables elementos patológicos de la población constituyen uno de los factores más poderosos de la tendencia psicológica de nuestro tiempo. También hay personas serias e inquietas, lo bastante sensatas como para estar suficientemente convencidas de que el alma que cada cual lleva consigo en el lugar originario de toda aflicción anímica y, al mismo tiempo, la cuna natal de toda verdad salvadora anunciada alguna vez como buena noticia al hombre sufriente. Del alma, que nos procura los conflictos más disparatados, esperamos también la solución, por lo menos una contestación válida al «¿por qué?» que ciegamente nos aflige.»

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Probablemente sea aún totalmente imposible bosquejar hoy un cuadro general y, por lo tanto, auténtico, de aquello que comúnmente circula con el muy calumniado nombre de «psicoanálisis». El profano entiende usualmente por «psicoanálisis», una descomposición médica del alma con objeto de descubrir causas y conexiones ocultas, pero esto sólo afecta a una pequeña parte del fenómeno en cuestión. Ni siquiera considerarlo en sentido más amplio -de acuerdo con la concepción de Freud– como instrumento fundamentalmente médico para curar las neurosis agota la esencia del objeto.

EL PSICOANÁLISIS NO ES SÓLO UN ESFUERZO CIENTÍFICO, SINO SOBRE TODO UN SIGNIFICATIVO SÍNTOMA PSÍQUICO DE FREUD

El psicoanálisis, sobre todo en el estricto sentido freudiano, no es sólo un método terapéutico, sino también una teoría psicológica que no se limita en absoluto a las neurosis y a la psicopatología general, sino que trata también de incorporar a su dominio el fenómeno normal de los sueños y, más allá, el extenso ámbito de las ciencias del espíritu: la literatura, las artes plásticas en general, la biografía, la mitología, el folklore, la ciencia comparada de las religiones y la filosofía.

La cabeza estalla, por Dalí.

Caso infrecuente en la historia de la ciencia -aunque eso forme parte del peculiar carácter de la corriente intelectual «psicoanalítica»-, Freud, el creador del psicoanálisis en sentido estricto, insiste en identificar el método con su teoría sexual, imprimiéndole un carácter dogmático. Esta declaración de infalibilidad «científica» provocó en su día mi ruptura con Freud, pues dogma y ciencia son para mí magnitudes inconmensurables que se dañan recíprocamente al fusionarse.

El dogma religioso es de valor inestimable precisamente por su punto de vista absoluto. Pero la ciencia, si prescinde de la crítica y del escepticismo, degenera en una planta de invernadero enfermiza. La ciencia requiere la máxima inseguridad como uno de sus elementos vitales, precisamente allí donde nuestra inclinación al dogma, y con él a la intolerancia y al fanatismo, clausura una duda probablemente muy justificada, eliminándose con argumentaciones una inseguridad demasiado fundada.

Destaco esta circunstancia, en sí misma lamentable, no tanto para sacudir críticamente la teoría freudiana sino para señalar al lector imparcial que el psicoanálisis de Freud no es sólo esfuerzo y resultado científicos, sino también un significativo síntoma psíquico que, según muestran los hechos, ha probado ser más fuerte que al arte analítico del maestro. El libro de Maylan Freuds tragischer Komplex, demuestra que no sería difícil derivar la inclinación dogmatizante de Freud de sus presupuestos personales -que ha trasladado a sus discípulos más o menos felizmente-. Pero no me resulta agradable volver contra su creador sus propias armas. Después de todo, nadie está totalmente libre de las propias limitaciones. Cada cual está más o menos preso de ellas -especialmente si cultiva la psicología.

No me interesan esas deficiencias técnicas y considero perjudicial descartarlas demasiado intensamente porque desvían la mirada de lo único significativo: que también el espíritu más independiente está condicionado y depende al máximo allí donde parece ser más libre. A mi modesto entender, el espíritu creativo en el hombre no es en absoluto su personalidad, sino el signo o «síntoma» de una corriente espiritual de la época. Su persona sólo es importante en la medida que expresa una convicción que se le impone a partir de motivos colectivos e inconscientes que le impiden ser libre, obligándole a sacrificios, errores y pasos en falso que criticaría sin miramientos en cualquier otro.

Freud se apoya en una singular corriente espiritual que puede rastrearse hasta la Reforma y que en nuestra época se está liberando poco a poco de múltiples disfraces y encubrimientos, preparándose para convertirse en la psicología que Nietzsche profetizó con mirada visionaria -el descubrimiento del alma como un hecho nuevo-. En algún momento saldrá a la clara luz del día a través de qué sinuosas sendas la moderna, y hasta supermoderna, psicología encontró su camino desde los oscuros laboratorios alquímicos, con las estaciones intermedias del mesmerismo y el magnetismo (Justinus Kerner, Ennemoser, Eschenmayer, Baader, Passavant y otros) hasta llegar a las anticipaciones filosóficas de Schopenhauer, Carus o Hartmann, y cómo, del oscuro seno materno de la cotidiana experiencia práctica de un Liébeault y del todavía más viejo Quimby (el padre espiritual de Ciencia Cristiana), siguiendo las enseñanzas de la escuela francesa de hipnotizadores llega hasta Freud. Fuentes oscuras de todo tipo confluyen en esta corriente espiritual, que, ganando rápidamente amplitud durante el siglo XIX, ha tenido muchos adeptos, en cuyas filas Freud no es un caso aislado.

DEL ALMA, QUE NOS PROVOCA LAS NEUROSIS Y LOS CONFLICTOS ANÍMICOS MÁS DISPARATADOS, ESPERAMOS LA SOLUCIÓN A LOS INCONTABLES PROBLEMAS QUE NOS AFLIGEN

Lo que hoy se denomina generalmente con el término de moda «psicoanálisis» no es en realidad una cosa, sino muchos matices diferentes de algo que constituye el gran problema psicológico de nuestro tiempo. Que un amplio público sea o no consciente de esto en nada modifica su existencia. El alma es el problema de nuestro tiempo. Lo psicológico ha adquirido un poder de atracción verdaderamente asombroso. Eso explica la sorprendente difusión mundial del llamado psicoanálisis, sólo comparable al éxito de la Ciencia Cristiana, la teosofía o la antroposofía; y no sólo por el éxito, sino también por su esencia, ya que el dogmatismo de Freud está en el fondo muy próximo al carácter de convicción religiosa de la Ciencia Cristiana y la antroposofía. Por otra parte, las cuatro son corrientes declaradamente psicológicas.

Si consideramos además el casi increíble auge de cualquier forma de ocultismo en todo lugar civilizado de Occidente, obtenemos un cuadro aproximado de esta corriente, un poco tabú en todas partes, pero no obstante poderosa. También la medicina moderna muestra significaciones inclinaciones hacia el espíritu de Paracelso y cada vez es más consciente de la importancia del alma en la enfermedad somática. Incluso el tradicionalismo de la legislación penal comienza a ceder a las exigencias psicológicas con la Ley del aplazamiento de la condena y con la progresiva incorporación de expertos en psicología.

Hasta aquí el aspecto positivo de la tendencia psicológica. Pero a este superávit le corresponde un déficit característico. Desprenderse de la segura consciencia metafísica propia de la época gótica, lo que en realidad comienza con la Reforma, es algo que ha ido ganando importancia y extensión con cada siglo. A finales del siglo XVIII el mundo vivió incluso el destronamiento público de la verdad cristiana, y a comienzos del XX el gobierno de uno de los mayores imperios de la Tierra se esfuerza en extirpar de raíz el credo cristiano como una enfermedad psíquica.

Entre tanto, todos los intelectuales de la Humanidad blanca se han formado fuera de la autoridad del dogma católico y el protestantismo ha conseguido escindirse en más de 400 denominaciones basándose en las más insignificantes sutilezas. Estas claras manifestaciones deficitarias explican el correspondiente aflujo de gente hacia cualquier movimiento que se cree capaz de proporcionar una verdad beneficiosa.

Como grandes sistemas de salvación, las religiones son una curación para los padecimientos del alma. Las neurosis y enfermedades similares se originan sin excepción en complicaciones anímicas. Pero un dogma discutido y cuestionado pierde su eficacia curativa. Alguien que ya no cree que un Dios sufriente se apiade de él y le auxilie, consolándole y proporcionándole sentido, es débil, y víctima de su debilidad, se vuelve neurótico. Los incontables elementos patológicos de la población constituyen uno de los factores más poderosos de la tendencia psicológica de nuestro tiempo.

Por su parte, todos aquellos que, después de un tiempo de fe en la autoridad, despiertan con resentimiento encontrando una mortificadora satisfacción en oponerse destructivamente con una llamada verdad nueva a la convicción antigua, pero aún viva, representan otro contingente, no precisamente insignificante. Porque tales personas no pueden tener la boca callada, sino que siempre agrupan prosélitos a su alrededor dada la debilidad de sus convicciones y su miedo al aislamiento, esperando al menos que la cantidad sustituya a la dudosa calidad.

Finalmente, también hay personas serias e inquietas, lo bastante sensatas como para estar suficientemente convencidas de que el alma que cada cual lleva consigo en el lugar originario de toda aflicción anímica y, al mismo tiempo, la cuna natal de toda verdad salvadora anunciada alguna vez como buena noticia al hombre sufriente. Del alma, que nos procura los conflictos más disparatados, esperamos también la solución, por lo menos una contestación válida al «¿por qué?» que ciegamente nos aflige.

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CARL GUSTAV JUNG, Introducción al libro de W. M. Kranefeldt «Die Psychoanalyse». RBA, 2006, Obras escogidas. Filosofía Digital, 06/09/2008.

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